Una bronca real
Fuente foto: casareal.es
En su mensaje de Navidad de 2025 el Rey Felipe VI ha aprovechado su momento anual de máxima audiencia para lanzar una seria advertencia.
Trascendió la tradicional felicitación navideña para plantear una reflexión política y social sobre la responsabilidad colectiva de fortalecer la convivencia democrática, algo que, el Monarca nos ha recordado, no es un legado “imperecedero” sino una construcción frágil que requiere cuidado constante y el compromiso de todos los ciudadanos e instituciones. Valora la convivencia no como una condición estática sino como un proceso dinámico que demanda cuidado, diálogo y respeto—elementos que, según el discurso, se encuentran amenazados en el contexto actual por fenómenos como los extremismos, el radicalismo y el populismo, que se nutren de la fragmentación social, la incertidumbre y la desafección.
Comparto esta observación, pero yo iría un paso más allá: Los polos extremistas de la sociedad no solamente se alimentan de las preocupaciones de amplios sectores de la sociedad, sino que las fomentan en su interés propio. El populismo se sostiene mediante un ciclo emocional de generación y mantenimiento de falta de confianza en las instituciones, de desinformación y de desencanto. Una característica esencial del populismo político es el alimentar cínicamente narrativas polarizantes con el fin de alcanzar cuotas de poder. Por el camino se quedan la tolerancia y el respeto por las opiniones ajenas que se consideran "ofensivas", y se convierte al disidente en enemigo legítimo. El Rey nos recuerda que "las ideas propias nunca pueden ser dogmas, ni las ajenas, amenazas".
Autores como Jürgen Habermas han argumentado que la esfera pública deliberativa —caracterizada por el intercambio racional de argumentos entre ciudadanos con respeto mutuo— es esencial para la legitimidad democrática. En este sentido, el discurso del Rey apunta hacia una forma de convivencia política en la que el respeto reciproco y la discusión argumentada, lejos de la confrontación acrítica, constituyan mecanismos de articulación del pluralismo social. Esta línea de pensamiento también se encuentra en las reflexiones de Carol Gould sobre solidaridad democrática y justicia comunicativa, donde señala que la integración democrática requiere el reconocimiento de la diversidad y el compromiso con la reciprocidad normativa.
Más allá de nuestra responsabilidad ciudadana, el discurso real dirige la mirada hacia las instituciones públicas y las estructuras de representación política, que deben, por un lado, dar ejemplo de tolerancia y respeto, y abstenerse de aprovechar la desafección social para legitimar prácticas polarizantes y, además, reforzar un ethos democrático compatible con la dignidad humana y la libertad individual.
Finalmente, la apelación del Rey a comprender la convivencia democrática como proyecto común y activo, ofrece un marco de reflexión pertinente para pensar las respuestas éticas y políticas al auge del populismo. En una época en la que las reglas de convivencia parecen estar en disputa, la tolerancia y el respeto —no como valores neutrales sino como prácticas deliberativas fundamentales— se perfilan como elementos indispensables para sostener la cohesión social y la legitimidad democrática.
Felipe VI en realidad nos ha echado una bronca en toda regla, sutilmente disfrazada de consejo. Me sumo completamente a su preocupación por el deterioro de la legitimidad de nuestras instituciones. El debate político se vuelve cada vez más conflictivo y susceptible a narrativas simplificadoras, donde el ataque a las personas mismas en vez de a sus ideas, desgraciadamente, es la nueva normalidad, despreciando la razón y la ética en favor de una competición por ser el más ruidoso.